Los misterios etílicos de la memoria

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Los misterios etílicos de la memoria.

Por Jorge Castillo Rodríguez

Durante varias ocasiones has llegado a tu casa en teleférico. Empiezas la fiesta con una copa de vino, una chela, un tequila y de repente, la charla, el baile, la lengua se te suelta y hasta le pides matrimonio a la mujer que has deseado por muchos años; bailas frente a ella como el mejor bailarín del mundo.

De ahí, hasta el despertar a la mañana siguiente: solo, vestido y con los zapatos salpicados con residuos de la cena… No sentiste el viaje entre los brazos de la mujer deseada hasta tu casa… Pero, ¿dónde se quedó? ¿o la dejaste?

Los misterios etílicos quedan grabados en las profundidades obscuras de tu memoria.

Tienes un rebote y recuerdas que, en otro de estos viajes con el alcohol, te encontrabas en medio de la Plaza de la Constitución frente al palacio del gobierno gritando ¡Viva Castro, viva Cuba!  solo, embriagado de la revolución cubana.

A la mañana siguiente, despertaste con el cachete derecho pegado a un muro del patio de la vecindad.

La pared fría te consolaba del calor que atormentaba a tu cerebro con los efectos del Bacardí blanco.

Las losas de los palacios del México viejo, como dijera Oscar Chávez en Los Caifanes, sostenían mi exagerado amor etílico por la revolución cubana.

¡Ya vete a dormir a tu cama! ¡Salió la luz tempranera del sol!

Otra vez saliendo de una función de teatro que diste completamente borracho: Ni siquiera recuerdas cómo empezaste la parrando ni a qué hora.

Triste y deprimido por haber quebrantado la ética del actor, tomaste un camión que te depositó en el maravilloso puerto de Acapulco.

Llegaste al amanecer y alivianaste la cruda a lo largo de toda la costera.

Al regresar, como siempre: solo, pero aliviado de la resaca.

En una refresquería estaba un “ángel” italiano: Adelina. Su mirada sugería compañía.

El grado de sensibilidad en el que te encontrabas te permitió conectar con esos ojos llenos de luz.

Caminaste a su lado tomando refrescos. Volviste a caminar por el malecón, pero ahora de la mano de ella.

Era una azafata que estaba de descanso y se iba al otro día a Oaxaca.

Como le gustó tanto tu compañía, te pedía que te fueras con ella. Pero a la mañana siguiente tú tenías función escolar en el foro del Teatro de Bellas Artes. Así que solo pudiste acompañarla a su hotel.

Saliste de regreso a la ciudad de México por la noche de ese mismo día. Durante el viaje mantuviste una erección y nada más de pensar en ella tuviste una de las eyaculaciones más perfectas de tu vida sexual.

La tristeza y depresión desaparecieron a las nueve de la mañana en el Foro de Bellas Artes: Interpretabas a Botton, el cómico que se disfraza de burro para fornicarse a Titania, la reina de las hadas en la obra, “Sueño de una noche de Verano” de Shakespeare, dirigida por Pepe Solé.

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