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A veces es mejor no actuar, relato

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Por Adis

Léase escuchando Reflections Of My Life de Marmalade

Pienso tanto que daño mi mundo.

Todo estaba bien, completo. La turbulencia había terminado, el corazón se había calmado y se respiraba distinto.

Pero regresó, ¿o lo traje de vuelta?

¿Hace cuántas semanas no veía tan triste el interior de todo? ¿Meses? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que me quedé vacía?

Solo era cuestión de atreverme. El mensaje de aquel personaje estaba ahí. ¿Qué haría yo —que presumía de valiente— cuando de nuevo escuchara su voz?

—Me va a doler, pensé. Y lo sabía porque desde que llegó ese audio, ya me estaba doliendo.

La intuición. Mi amiga o mi peor enemiga: a veces vaga, pero certera. Se acerca, me toca suave y me dice: «Tal vez» —su aroma me era familiar —; después se esfuma en sí misma, porque —lo sabemos— ella es hija del viento.

Y yo me pierdo escuchando Reflections of My Life, una y otra vez.

—Esa canción me da mucha nostalgia —dice Fernando, y su voz me vuelve a la realidad.

—Lo que nos hace falta es más vino y buena música —me dice, y entonces recuerdo esos años, cuando aquella mujer, la del pelo largo y negro, estaba entre él y yo..

—Sí —es todo lo que alcanzo a responder, suave y bajito, porque mi mente voluble y terca anda en otro lugar.

—A veces no entiendo cómo he podido sobrevivir entre estas personas tan brumosas —le digo mientras me paso las manos por las mejillas.

—¿Personas brumosas? —pregunta, y sin darle importancia a la frase toma el último sorbo de ese vino barato.

Sigue sonando:

The changing of sunlight to moonlight…
Reflections of my life…

Y entonces lo hice. Abrí el mensaje.

«Gracias», decía el audio, —era la respuesta al regalo enviado días antes— Nada más. Un agradecimiento insípido y vacío.

No era lo que yo esperaba. No hubo un perdón. Aquel personaje no me necesitaba. Tampoco estaba arrepentido.

Una sensación de derrota bajaba lentamente desde los hombros hasta mis puños, con los que intentaba sujetar lo que ya sabía, desde hacía mucho, que no existía —que solo había estado en mi imaginación—.

Mi mirada se volvió gris mientras los dedos de Fernando golpeaban el vaso al ritmo de la canción, como si aún esperase algo de mí, a sabiendas de que no obtendría nada.

La melodía continuaba, una vez más:

Oh, my sorrows…
Sad tomorrows…
Take me back to my own home…

Cuando nuestro mundo se desordena, hay notas que le devuelven el sentido.

A veces es mejor no actuar

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