Dos cuentos de Julio Cortázar.
Las líneas de la mano
Julio Cortázar
De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata.
Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle.
Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto.
Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí ( pero es difícil verla, solo las ratas la siguen para trepar a bordo ) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.
FIN
Historias de cronopios y de famas, 1962
Lucas, sus roces sociales
A Lucas no hay que invitarlo a nada, pero la señora de Cinamomo ignora el detalle y gran ambigú con asistencia selecta el viernes a partir de las dieciocho.
Cuando Calac ve llegar a Lucas, no hace más que agarrarse de las solapas de Polanco y madre querida vos te das cuenta, diversas señoras se preguntan por qué esos dos se ríen de esa forma, el diputado Poliyatti sospecha el buen cuento verde y se constituye, hay ese momento idiota pero jamás superado en que oh señor Lucas cuánto gusto, el gusto es mío señora, la sobrina que cumple años apio verde tuyú, todo eso en el salón de prosapia con whisky y bocaditos preparados especialmente en la confitería La nueva Mao Tsé Tung.
Lleva tiempo contarlo pero en realidad sucede rápido, los huéspedes se han sentado para escuchar a la nena que va a tocar el piano, pero Lucas. Póngase cómodo, por favor.
No, dice Lucas, yo no me siento nunca en una silla Luis XV.
Qué curioso, dice la señora de Cinamomo que ha gastado ríos de guita en esas cosas con cuatro patas, y por qué señor Lucas. Porque soy argentino y de este siglo, y no veo la razón de sentarme en una silla francesa y de época obsoleta, si me hace traer el banco de la cocina o un cajón de kerosene voy a estar muy bien.
Para un cumpleaños con ambigú y piano resulta un tanto descolocante, pero ya se sabe que hay artistas que, y esas cosas, de manera que rictus apropiado y no faltaba más, le pondremos este taburete que fue del coronel Olazábal. Tiene solamente tres patas pero es la mar de cómodo, me crea.
A todo esto la nena en el claro de luna y Beethoven como la mona.
FIN
Papeles inesperados, 2009
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