La bestia de Chernóbil (Rescate en Pripyat) Parte 1

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La bestia de Chernóbil (Rescate en Pripyat).

Por: Carlos Alberto Fernández

El soldado fue llevado a la sala de interrogatorio después de haber pasado tres días de arresto, en ella se encontró con un alto mando de la inteligencia ucraniana.

En la pequeña sala solo había una mesa de madera y un foco que colgaba de un largo cable justo por encima de sus cabezas.
El oficial de inteligencia quien era un hombre de mediana edad y de complexión robusta le pidió sus generales. El soldado respondió:

Mi nombre es Alexarder Ivanov, tengo 23 años, provengo del pueblo de Odesa y sirvo en el ejército desde hace un año y medio.

Enseguida el mando le preguntó si sabía el motivo de su arresto.

Alexander asintió con la cabeza y respondió que había desacatado una orden directa de un superior en una operación de rescate de unos niños extraviados en la ciudad de Pripyat.

Además de que había reportado un incidente irregular relacionado con una entidad desconocida.

El oficial miró fijamente al soldado diciéndole con tono enérgico:

-Quiero decirte que el asunto de la indisciplina será puesto a consideración de los mandos de esta base, ellos serán quienes decidan tu futuro en la milicia, por lo que a mí respecta daré la recomendación de que el castigo no sea tan severo, a veces los soldados que acaban de ingresar a las filas del ejército traen un ímpetu un poco descontrolado, situación que se corrige con el pasó de los años en el ejercicio de nuestra labor y algunos arrestos. Ahora, el tema en el que quisiera centrarme en esta entrevista, es sobre el reporte que has presentado, relativo a tu encuentro con una entidad a la que denominaste como “desconocida”.

-Quisiera que me narraras a detalle que pasó el 29 de julio en la ciudad de Pripyat comenzando desde el momento en que recibiste la orden de incorporarte en el escuadrón de rescate.

Alexander comenzó a relatar lo que recordaba:

En la mañana del 29 de julio fui llamado a la oficina del comandante de esta base militar, en el lugar había otros 6 soldados entre ellos se encontraban el capitán Boris Sokolov y el teniente Yuri Morózov, además de otros tres soldados rasos.

El comandante informaba sobre el caso de unos turistas perdidos en el bosque rojo aledaño a la ciudad de Pripyat, un sector prohibido para los civiles por el nivel radioactivo de la zona que puede afectar irreversiblemente la salud, si hay una exposición prolongada al ambiente.

La base había recibido últimamente muchos reportes de excursionistas que intentaban adentrarse irresponsablemente en terrenos aledaños al complejo nuclear de Chernóbil y de igual forma a la extinta ciudad obrera de Pripyat,
muchas de estas hazañas principalmente eran motivadas por las leyendas que existen en el imaginario colectivo de la población, además del auge de las exploraciones urbanas en sitios peligrosos.

El soldado continuó hablando.

El comandante y el capitán discutían un plan de rescate en el que intervendría un comando al que yo había sido integrado de última hora.

Con un mapa de la zona fijaban una ruta de búsqueda terrestre debido a que los sobrevuelos en helicóptero habían arrojado resultados nulos sobre el paradero de los turistas.

El comandante enfatizaba que la búsqueda debía de llevarse a cabo inmediatamente ya que las personas extraviadas eran dos niños que podían estar en peligro de ingresar en la zona de exclusión que era una sentencia de muerte horrible.

Después de recibir las ordenes, el capitán nos instruyó en ir por nuestra mochila de campaña, al regresar nos entregó por igual, un equipo estándar de rescate que incluía: lámpara, botiquín de primeros auxilios, cuerdas, radio y un contador Geiger.

A las 700 horas partimos en helicóptero rumbo al bosque rojo, el último punto en donde fueron avistados los niños. El capitán Sokolov explicaba las particularidades de la misión a los padres de los menores, una joven pareja francesa que había sido convencida por una agencia de viajes ucraniana, sin registro mercantil, que tendrían la mayor aventura de su vida. Y en efecto, estaban viviendo su más grande aventura sin lugar a dudas, al igual que su experiencia más terrorífica al perder a sus dos hijos, en una de las partes más peligrosas de la tierra.

Juliette, la madre, visiblemente angustiada, le decía al capitán que no se explicaba cómo pudieron haber desaparecido los niños, la familia tenía bastante experiencia en expediciones y jamás habían sufrido ningún incidente.

La mujer citaba una larga lista de destinos a los que habían viajado anteriormente, lugares como el Congo, Malasia, el Delta de Okavango, el Pantano Muerto de Namibia, Perito Moreno, Argentina, El Lago Rosa de Senegal, todas esas ubicaciones, por su naturaleza, bastante exóticas de acuerdo con las descripciones que hacía la chica. Julien, el padre, un fotógrafo de aventura, solo se limitaba a afirmar con la cabeza todo lo que su esposa decía, su rostro parecía perdido, la mirada la mantenía fija en el suelo, mientras escuchaba la conversación.

Sokolov, trataba de tranquilizar a los franceses informándoles que anteriormente algunas personas habían sido rescatadas de la zona, sin ningún problema, y que era muy difícil que los niños pudieran caminar el kilómetro y medio de trayecto hasta la ciudad abandonada de Pripyat o la planta nuclear, que se encontraba a más de dos kilómetros de distancia.

Conociendo la fortaleza de un niño promedio, lo más probable era que aún se encontraran en las inmediaciones del bosque, agotados y esperando el regreso de sus padres, decía el capitán con voz despreocupada.

Sin embargo, todos los militares que estábamos escuchando, sabíamos que si por alguna extraña circunstancia los chicos se hubieran internado en la ciudad iba a ser prácticamente imposible de rescatarlos, debido a las condiciones irregulares del lugar, y las instrucciones del comandante de la base que había sido muy enfático en prohibir la entrada en zona restringida, la misión era informal y el utilizar vehículos y personal militar de forma negligente podría poner en severos aprietos a nuestro mando superior.

Después de un viaje de 20 minutos por aire, descendimos en las afueras del bosque rojo, localizamos una cabaña abandonada que servía en otros tiempos como estación de guardabosques, ese lugar se utilizaría como base de la operación y punto de encuentro en caso de que alguna eventualidad sucediera.

El capitán nos dividió en dos grupos, en el primero iría el teniente Morózov, Vladimir un soldado raso, Juliette y yo. Nuestra ruta de exploración seria por el oeste, el segundo grupo en el que iría Julien, marcharía liderado por el capitán Sokolov y tomaría una dirección al éste.

Nuestra labor en conjunto era cubrir un perímetro de cerca de 17 kilómetros, en una ruta cubierta por árboles, pinos y algunas carreteras que comunicaban a la planta nuclear de con las autopistas principales del país. En esta primera etapa del rastreo tardaríamos aproximadamente tres horas hasta encontramos a la mitad del camino los dos grupos. El plan era ir abarcando la mayor parte del terreno con perímetros cada vez más pequeños, un camino en forma de espiral hasta llegar al centro del bosque, de esta forma de acuerdo con el capitán podríamos garantizar un rastreo más eficiente y finalizar con éxito la misión.

Emprendimos nuestra caminata a las 8: 00 horas, los dos grupos nos internamos en el bosque con direcciones opuestas, Morózov iba dando instrucciones al contingente conforme avanzábamos, cada quien tenía la tarea de mirar a un lado en específico del camino, la vegetación en ocasiones se hacía más densa y en otras, los claros podían hacernos ver bastantes metros por delante en nuestro sendero, de vez en cuando podíamos ver algunos animales moverse entre los árboles, también había distintos tipos de insectos adheridos a los arbustos, otros caminando sobre el suelo, al parecer la naturaleza se había adaptado al ambiente toxico, no obstante era evidente que no era un bosque común, por momentos nos encontrábamos con pinos muertos impregnados de color rojo y arboles raquíticos de apariencia deforme que le daban un aspecto tétrico al paisaje.

Después de la primera hora y media de caminata Morózov nos ordenó descansar un momento y aprovechó para comunicarse por radio con el capitán Sokolov para tener noticias del segundo grupo. Mientras tanto yo revisaba el mapa para establecer nuestra ubicación exacta, Juliette se acercó para preguntarme con un inglés fluido cuanto faltaba para reunirnos con el otro grupo.

Le contesté que cerca de una hora aproximadamente de camino, ella bajó su mirada para observar mi camisa con interés justo en donde se encontraba el parche de identificación personal.

Te llaman Ivanov, me preguntó, asentí con una sonrisa tenue aclarando que ese era mi apellido y que mi nombre era Alexander.

Viendo más cerca a esta chica tenia cierto parecido a Masha mi hermana, tanto físicamente como en la manera en que se expresaba, me la recordaba bastante.

Desde la primera vez que la vi, noté algo familiar en ella, aunque en aquel momento no supe que era, estaba completamente concentrado en las indicaciones que nos daba el capitán.

Era una pena lo que le estaba sucediendo, mi empatía tomaba otro nivel al traslapar la figura de mi hermana con la de esta joven francesa, era un sentimiento de nostalgia y a la vez tristeza.

Desde hace algunos años no veía a Masha, después del divorcio de nuestros padres tomó la decisión de vivir en Moscú con el objetivo de poder ingresar a la universidad estatal. Nuestra madre sufrió al conocer sus planes, sin embargo, los aceptó con buena voluntad, ellas continuaron siendo muy unidas a pesar de los miles de kilómetros de distancia, regularmente hablaban por teléfono y en vacaciones mi madre acostumbraba viajar a Rusia para pasar algún tiempo juntas, a la fecha lo sigue haciendo.

Por mi parte y aunque no era muy cariñoso, desde la niñez trataba de ser una especie de guía para Masha, explicándole con mi corta experiencia como funcionada la vida cuando se acercaba a pedirme un consejo o me confiaba un problema, trataba de cumplir mi rol de hermano mayor a pesar de que en muchos momentos estaba quizás más confundido que ella.

Morózov ordenó reanudar la marcha, en el segundo grupo no había reporte de novedad alguna, Juliette continuó caminando, pero esta vez junto a mí, de vez en cuando gritaba el nombre de los pequeños con la esperanza de que la escucharan y salieran súbitamente de entre la maleza del bosque. A veces me cuestionaba nerviosa sobre los rumores acerca de la zona, sobre las leyendas urbanas que se contaban de la existencia de personas extrañas y monstros que rondaban Chernóbil y Pripyat.

(CONTINUARÁ…)

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