El culto a la gráfica rupestre en Huayacocotla, Veracruz
Durante siglos, una cañada ubicada entre la frontera de Hidalgo y Veracruz, ha sido ocupada por el ser humano dada su abundancia en recursos. Al mismo tiempo, aquel paisaje fungiría como un corredor sagrado, el cual se mantiene en uso por parte de los pueblos otomíes en la región, según especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
La Cueva de La Mesita salió a la luz en el II Coloquio Virtual ‘Boca de Potrerillos’ sobre investigación, conservación, protección y gestión de sitios con manifestaciones gráfico-rupestres, organizado por el Centro INAH Nuevo León.
Los investigadores coinciden en que «tan solo en el costado veracruzano de la cañada, se tiene registro de 26 sitios con pictografías en abrigos rocosos, paredones y otras formaciones naturales». Y si bien hay elementos que se asocian con grupos de cazadores-recolectores, la mayoría de las manifestaciones gráfico-rupestres está vinculada con la tradición otomiana de pintura blanca, presente en el Altiplano y las Tierras Bajas de Hidalgo entre los años 950 y 1521 d.C.
También mencionaron que en la formación conocida como Cueva de La Mesita «se reconocen dos paneles principales con pictografías». El primero ubicado a 11 metros de altura y contiene 12 elementos gráficos distribuidos en tres conjuntos; su posición es cenital, por lo que el observador los mira desde abajo.
“Esta disposición, a manera de techo, se relaciona con motivos de carácter astronómico. Es decir, hay una elección de techos oscuros ahumados para representar elementos del cielo nocturno”.
En contraste, agregó el investigador Alfonso Torres, el segundo panel se ubica a ras de suelo y contiene seis elementos biomorfos (rostros) y un par astromorfos.
Luego de indagar en fuentes históricas para comparar los elementos del primer panel de La Mesita, y contrastarlos con la iconografía posclásica del centro de México, el grupo de investigadores planteó como hipótesis que dicho panel está asociado con la ceremonia del Fuego Nuevo.
Entre los elementos que apoyan esta teoría está la presencia de motivos que aluden a las constelaciones Miec y Mamalhuaztli, los cuales, de acuerdo con los informantes de Sahagún, tenían una estrecha relación con las ceremonias del Fuego Nuevo, cada 52 años.
Además, dijeron, otros elementos rupestres del primer panel representan a personajes antropomorfos con narigueras, mordeduras de dientes, bezotes e, incluso, hay un individuo que aparece con una pierna cercenada. “Todos estos son rasgos de Tezcatlipoca, figura nahua que a veces acompañaba el encendido del fuego bajo la forma de Mixcóatl”, apuntó Alfonso Torres tras destacar también la presencia de imágenes de serpientes en esa parte de la cueva.
Sobre el segundo panel, la investigadora Nadia Vélez relató que este último fue pensado como un contraste, ya que en vez de elementos ígneos y alusiones a la bóveda celeste, su ubicación es a nivel del suelo y sus dibujos aluden a eventos acuáticos, y añadió que los rostros plasmados en esta área se asocian con los wemas, seres míticos gigantes que, según la tradición otomí, vivieron en una era previa a la humana, sin embargo, al ocurrir un gran diluvio en el mundo, quedaron atrapados en los cerros y se volvieron piedras y megalitos.
Como conclusión, la investigadora del Centro INAH Veracruz, Ana María Álvarez, destacó que La Mesita y todo el corredor donde se ubica la cueva, siguen siendo lugares de culto para los otomíes, quienes aún consideran a la luna y a los monolitos como entidades ligadas a sus ancestros, y acuden, en distintas fechas del año, a celebrar ceremonias específicas en los distintos sitios con gráfica rupestre de la cañada.
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Información y fotos: Secretaría de Cultura.