Por Cristina Zamora
Entre el vapor, el maíz y el chile
Las calles mexicanas huelen a historia, a maíz recién cocido y a salsas recién molidas. Basta caminar unas cuantas cuadras en cualquier ciudad del país para encontrarse con una carretilla, un triciclo, una olla o una plancha humeante ofreciendo una variedad de antojitos callejeros que no solo alimentan el cuerpo, sino también la memoria colectiva.
Tacos, tamales, elotes y esquites forman parte del imaginario nacional, aunque muchas veces son ignorados por las narrativas gastronómicas “gourmet” que los reducen a curiosidades folclóricas.
El taco: versión comestible del mestizaje
Más que una comida rápida, el taco es una expresión del mestizaje y la adaptación. Su base es la tortilla de maíz, alimento sagrado para las culturas originarias. Encima, puede haber de todo: pastor, carnitas, suadero, barbacoa, longaniza, tripa, cochinita, mariscos o incluso tacos veganos de jamaica o setas.
El taco refleja el entorno y el ingenio del taquero, quien muchas veces hereda el oficio. La taquería de la esquina se convierte en punto de reunión nocturna, en confesionario informal, en centro comunitario sin pretensiones.
Tamales: vapor y tradición entre hojas
Los tamales tienen una carga ritual. Se comen en celebraciones, en ofrendas y en la rutina diaria. Su origen prehispánico se mezcla con influencias coloniales. Los hay de masa de maíz con salsa roja o verde, de mole, de rajas con queso, de dulce, de piña o fresa, envueltos en hoja de maíz o de plátano, según la región.
Son símbolo de resistencia y economía popular: con menos de treinta pesos puedes tener un desayuno completo si lo acompañas con atole.
Elotes y esquites: maíz en su forma más callejera
Si el maíz es el corazón de México, los elotes y esquites son su rostro cotidiano. En las tardes y noches, sobre todo en plazas y parques, las luces de los carritos anuncian una experiencia multisensorial.
Se preparan con mayonesa, queso rallado, limón, chile en polvo, salsa o mantequilla. Son el resultado de la mezcla entre lo sagrado y lo callejero, y muchas veces representan el primer empleo de jóvenes o familias enteras que viven de su venta.
Más que comida: economía, identidad y resistencia
Los antojitos callejeros son mucho más que un placer culinario. Son economía de supervivencia, redes familiares, saberes transmitidos oralmente.
También son un campo de disputa: mientras algunos gobiernos los reprimen en nombre de la “modernidad”, otros reconocen su valor cultural y económico. La calle es, en muchos casos, el primer y único espacio donde muchas personas pueden ejercer su oficio. Comer en la calle, entonces, es también un acto de solidaridad con quienes ahí trabajan.
Hacia una revalorización crítica
Hay que replantearse el ver a los antojitos como comida de “segunda”. Son expresiones legítimas de una cocina viva, creativa, profundamente mexicana.
Más allá del exotismo con el que a veces se les mira desde fuera, los antojitos callejeros tienen un lugar central en la construcción de nuestra identidad. Rescatarlos, documentarlos y defenderlos no es nostalgia: es justicia.
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