Por: Nancy García Nieva
Era una mañana de otoño cuando me senté en una esquina tranquila de Camelina Café, un rincón que parecía haberse escondido del tiempo.
La silla de madera crujía suavemente bajo mi peso, y frente a mí, una taza humeante exhalaba espirales de vapor que se disolvían en el aire como pensamientos fugaces.
El local, se sentía acogedor, estaba decorado con un equilibrio perfecto entre lo rústico y lo moderno, estantes de madera con libros usados, lámparas de techo de mimbre y paredes que guardaban fotografías en blanco y negro de la casona en otras décadas.
Gabriela llegó con una sonrisa que no necesitaba presentación, era una de las fundadoras de este refugio silencioso en medio del bullicio urbano, y su presencia irradiaba una serenidad que contrastaba con la prisa del mundo afuera.
Se presento frente a mí sin ceremonias, como si ya hubiéramos compartido mil cafés antes, su entusiasmo que brillaba en sus ojos al mencionar sus sueños, y una calma profunda, casi ancestral, que solo nace cuando alguien ha dejado de buscar y, por fin, ha encontrado su lugar en el mundo.
No fue una entrevista formal, ni siquiera una conversación planeada
Fue más bien una charla que fluyó como un río tranquilo, sin prisas ni protocolos.
Apenas nos conocíamos, y, sin embargo, en ese rincón bañado por la luz matutina, las palabras se tejían solas, entre sorbos de café y el murmullo distante de la ciudad despertando.
Y en ese instante, comprendí que a veces, los encuentros más significativos bastan con una mañana soleada, una taza caliente de café y la certeza de que, por un momento, el tiempo se detiene para dejar espacio a lo auténtico.
Pero así es Camelina, te hace sentir como en casa desde el primer “buenas tardes”.
El local está en una casona antigua, con paredes impregnadas con historias de generaciones pasadas.
Las bugambilias del parque Hidalgo se asoman por la ventana, y dentro, el aire huele a café recién molido y a algo indefinible… quizás a nostalgia.
Sus fundadoras son Gabriela Montero y Elizabeth Santiago
Sus personalidades tan distintas se entrelazan en cada rincón del lugar.
Elizabeth, meticulosa y minimalista, cuida cada detalle.
Gabriela, en cambio, con personalidad bohemia es pura intuición y romanticismo, sabe que el café también se puede servir con un poema, o con el sonido de la lluvia, música de fondo en una tarde xalapeña.
“Xalapa tiene decenas de cafeterías”, lo saben, “pero queríamos algo distinto, no solo un lugar para tomar café, sino para sentirse apapachados” comentaron.
Gabriela me contó que el nombre “Camelina” es una palabra casi en desuso
Sin embargo, resuena en las familias antiguas de Xalapa al referirse a esas flores moradas que trepan por los muros de la ciudad, las bugambilias.
Y lo logran, pues aquí no hay prisa, se puede venir a trabajar, sí; pero también a no hacer nada; o a leer un libro prestado, a jugar ajedrez con un desconocido, escuchar un concierto íntimo de jazz, a ver una película proyectada contra una pared de ladrillo, incluso hay quien viene solo a ver llover.
Lo que bebes en Camelina también cuenta una historia
El café del lugar proviene de fincas veracruzanas, cultivado en micro lotes, seleccionado con esmero y preparados con métodos que van del espresso clásico al V60, pero también se atreven a mezclarlo con jamaica, con mango o con las propias flores de bugambilia que dan nombre al lugar.
“No lo hacemos por ser novedosas”, “sino porque queremos que cada sorbo tenga alma”
Gabriela
Mientras hablábamos, fui testigo de cómo la filosofía de Camelina se guía por el cariño a la gente; por ejemplo, conocen cómo le gustan a don Jorge sus enfrijoladas, o saben que Diana y Liz vienen por un omelette y enchiladas suizas.
Algunos clientes disfrutan en silencio, otros gustan de una buena plática con el personal, ¡La barra de Camelina está llena de historias!
Las fundadoras han aprendido tanto del café como de la gente
De los productores que les surten los granos, de los vecinos cuyas familias han vivido en estas calles por generaciones y de las cuales han escuchado las historias antiguas del edificio.
«Hemos escuchado las historias antiguas del edificio, conocemos vecinos cuyas familias han vivido en estas cuadras por generaciones. Camelina es un abrazo al Xalapa antiguo, cultural y los sueños de muchos creadores que pasan por sus puertas” dijeron.
Al despedirnos, me invitaron a regresar, salí con la sensación querer volver, porque en Camelina, el café no solo se bebe… se siente.
Y en Xalapa, cada taza de café sabe a hogar
Camelina Café
Calle del Recuerdo 17, Centro Histórico, Xalapa
Abierto de martes a domingo
Síguenos: @camelina.cafe
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