Laika
Autor: Pedro Javier Sánchez Sánchez (Cienfuegos, 1994).
Laika en ruso significa ladradora. Este fue el nombre que recibió la perra callejera Kudryavka devenida en cosmonauta durante la carrera espacial soviética.
Había nacido en Moscú en 1954 y murió en 1957 en la órbita terrestre a bordo del Sputnik-2. Acostumbrada a vagar por las calles y soportar el frío fue la elegida. Solo pudo sobrevivir 7 horas después del despegue. El Sputnik-2 orbitó la Tierra 2570 veces, durante 163 días.
La nave se desintegró al entrar en contacto con la atmósfera el 14 de abril de 1958. En el año 2002 se conoció la verdad. En el 2008 fue develado un monumento en su honor. Cuanto más tiempo pasa, más lamento lo sucedido. No debimos haberlo hecho […] ni siquiera aprendimos lo suficiente de esta misión como para justificar la pérdida del animal, dijo Oleg Gazenko (científico y entrenador de Laika).
En medio de la acera se encuentra un perro muerto. Un borracho dando tumbos, tropieza y cae al suelo.
—¡Coño! —dice cuando, a duras penas, se sienta. Mira a su mano derecha— ¡Qué bueno que la botella no se rompió!
—¡Mario, qué clase de boniato recogiste! —el otro camina hacia él y extiende la mano—¡Dale párate, que estás hecho una mierda!
—¡Pepe, si tú estás peor que yo! —responde y después de dos intentos, se levanta.
—La próxima vez lo recoges que aquí se pasa hambre
—sonríe y agarra la botella.
—¡Afloja que eso no es agua! —Mario vuelve a caerse, intentando recuperarla. La botella termina rota en el suelo.
—¡Pinga, mijo, tú no pones una!
Mario no responde. Con cierta torpeza se sienta, mira fijamente al animal. Empieza a llorar. Pepe, con incertidumbre, lo ayuda a ponerse de pie, asombrado por la reacción: Asere, compramos otra, o le tumbamos una a alguien… ¡Oe, que los hombres no lloran!
—Compadre, que esa es mi perra.
—¿Laika?
—La mismitica.
En silencio observan al animal, solo se escuchan los quejidos del borracho. Mario se aproxima un poco más.
—Asere, pero tú no puedes solo con to’, te va a dar algo.
—¿Y desde cuándo te preocupas por eso?
—Mijo, que vas a echarte la última tú solo.
—No me jodas, Pepe, que debes estar viendo doble y con cuatro colores.
—Y tú igual.
—Tienes razón. La verdad que esta matarrata no sirve. Pepe lo deja solo. Mario, tambaleándose, busca el banco más cercano a su casa.
—¡Mario, Mario!
Reconoce a una vecina.
—¿Mira lo que encontré por la bodega comiendo en un
basurero? —Mario no responde— Si sigues en la bobería, y con las borracheras esas, un día te la vas a encontrar muerta por ahí. Bueno, me voy, que dejé los frijoles puestos y tú sabes cómo se pone mi vieja.
Mario deja caer un poco de ron al suelo y el animal lo desaparece en un santiamén.
— ¡Tú sí que estás escapá! —le acaricia el hocico y baja de un golpe el último suspiro que quedaba en el fondo de la botella— ¡Vámonos pa’ la casa, anda!
—¡Echa eso pa’ allá, tú!, ¿pa’ eso me llamaste, pa’ enseñarme al perro muerto ese? —empuja a Mario.
—Asere, hazme un favor, ábrenos un huequito pa’ enterrarla. Hazlo por ella.
Yuniesky mira a su socio durante un momento: ¡Oye no, que me acabo de bañar! Se justifica el otro.
—Les doy dos de las botellas —a los hombres se les ilumina el rostro.
—¡Ni pinga! —empieza a gritar el grupo de borrachos, pero Mario entrega lo prometido a Yuniesky.
—¿Tienen pala?
Abren el hueco con rapidez. El sudor les corre.
—Laika —dice el dueño mientras los negros terminan el trabajo— Tú fuiste mi perra más fiel, mi única familia
—comienza a sollozar— me diste calor en las noches y juntos tomamos ron. Te querré hasta lo más grande, coño.
Guardan un minuto de silencio para el noble animal: le ponen flores, echan un poco de alcohol y marcan la tumba con una cruz de palo. Todos, poco a poco, empiezan a irse,
hasta que Pepe y Mario se quedan solos. El barrio está mudo.
—Socio, si quieres nos tomamos lo que queda y vacilamos un poco la noche —propone Pepe, mientras intenta recuperar la última botella.
—No, déjamela. Mañana nos vemos.
—¡Es ella misma, Pepe, con lo que yo la quiero! Esa es la única que nunca, nunca, me dejó, ¡coño si me traía comida de la basura y yo todos los días le daba su buchito de ron!
—¡Oe! No llores más, el mío. Mírala de nuevo, pa’estar seguro.
—¡Que sí, que sí! Si tiene hasta la misma cara de perro.
Fíjate tú, pa’que te des cuenta.
Pepe se acerca al animal hasta donde puede y se incorpora con cierto asco.
—Y hasta la misma peste. Con muchísimo esfuerzo Mario carga la perra entre sus brazos.
—Asere, vamos pa’l bar.
—¿Y pa’qué?
—Esta gente tiene que saberlo.
—El mío, ¿pa’qué vamos a complicarnos? Tú déjala por ahí, que algún basurero la recoge.
—¡Eh, pero qué te pasa a ti! ¿Tú te quemaste? ¡Esa es mi perra!
—Ya cálmate, ta’bien, vamos a enterrarla, ta’bien.
El bar queda en la esquina. Un antro donde todos gritan por encima de la música.
—¿Eh, y eso? —pregunta uno de los compinches.
—Mi perra.
—¡Qué clase de culda agarró! —exclama otro riéndose a carcajadas— ¡Fíjate que ni se mueve!
—Está muerta.
—¡Avemaría, compadre!
—¿Dónde la encontraste?
—Cerquita de aquí, y voy a enterrarla. Quiero que vayan conmigo. Yo pongo la botella de ron.
Los compinches se acercaron enseguida y dieron un par de palmadas a Mario en la espalda: Claro que sí, pa’eso estamos nosotros.
—¿Y tú qué vas a hacer con eso, pipo? —grita el cantinero— Tienes que sacarlo de aquí que tiene tremenda peste.
—Negro, déjate de esa que tú no tienes más clientes que nosotros —responde uno de ellos.
—Sí, pero si el administrador ve este relajo, se me jode el negocio.
—Ya nos vamos, asere —dice Mario— lo que hace falta es una cajita pa’ poder enterrarla.
—¡Na’, la perra cochina esa!
—¡Mira a ver lo que tú dices, que esta es Laika!
—¡Oye, como si es Lassie! —observa al animal por unos segundos— Mira, cojan esta caja, y piérdanse.
Para Mario es perfecta. Pepe, con el dinero de su amigo, compra cuatro botellas, mientras el cantinero sube el volumen del reggaetón.
—¡Compadre, que estamos de luto! —grita uno de los socios.
—Yo no pongo na’ triste, pa’ triste el cementerio, lo mío es esto.
—¡Te vas pa’la pinga!
—¡Tú ves!, hasta Mario se sabe la canción. Caminan algunas cuadras entre los edificios, orgullo de
ser copias tropicales de lo que alguna vez fue el campo socialista. El barrio observa, sin mucho interés, la marcha solemne del grupo de borrachos. Ya en el patio de Mario esperan por las palas.
—¿Quién va a abrir el hueco? —pregunta Mario cuando todo está listo. Se miran, apenas uno puede mantenerse de pie.
Dos negros fuertes pasan cerca de ellos.
—¡Yuniesky, ven acá, asere!
—¿Qué tú quieres?
—¡Ven acá, asere!
—Mira, mira de cerca. Es la perra, compadre.
—¿Laika?
—Sí, ella misma, asere.